«Sí, vale. No es espeluznante en absoluto. Pero voy a ignorarte», murmuró, forzando una sonrisa que no duró. Su mano permaneció cerca de la bocina, como si eso fuera a ayudar de alguna manera. Cada vez que relampagueaba, los retrovisores se iluminaban de blanco, y el todoterreno seguía allí. Siempre allí.
Sin la distracción de la radio o la música, Dan no podía apartar los pensamientos. ¿Y si Álvarez no se lo había contado todo? ¿Quizá se trataba de algún mueble antiguo robado? Se le aceleró el pulso. Entonces recordó el papeleo y el lugar donde había recogido el envío. Dijo en voz alta. «No puede ser. Es extraño. La empresa es legal»