Era una tarde soleada y Robert estaba podando las ramas bajas cuando oyó la voz, alta, pulida, falsa. «Hola chicos, acabamos de encontrar este pequeño y adorable viñedo fuera del camino principal, y creo que va a dar lugar a unas fotos preciosas, ¡estad atentos!»
Echó un vistazo a través de las filas. Tres personas. Una sostenía un anillo de luz. Otra ajustaba una cámara. La tercera -una mujer joven, con gafas de sol enormes y sombrero de ala ancha- posaba contra las enredaderas como si fueran decorados.