Jamie enterró la cara en el pelaje del cachorro. «¿Cómo se llama?» «Supuse que lo elegirías tú» Jamie se lo pensó un momento. «Mordisquitos», dijo. «Porque ya intentó comerse el cordón de mi zapato» A partir de ese día, todo empezó a cambiar. Mordisquitos acampaba detrás de Jamie como una sombra leal, se acurrucaba contra él por la noche y volvía a llenar su pequeño hogar de ruido, del bueno.
De los que hacen ruido con las patas, los besos con la nariz mojada y las carcajadas en el pasillo. Jamie nunca había conocido un amor así. El tipo de amor que te seguía por toda la casa, te mordisqueaba los cordones de los zapatos y te esperaba en la puerta del baño. Nibbles, su pequeño cachorro dorado, había convertido cada rincón de su tranquilo mundo en un juego de alegría.