Patas grandes, orejas caídas, nariz húmeda y unos ojos que parecían conocer ya a Jamie. Su padre se levantó despacio, frotándose la nuca. «Es tuyo. Si aún lo quieres» Jamie se tiró al suelo tan rápido que casi resbala.
El cachorro saltó a su regazo, lamiéndole la barbilla y meneándose furiosamente. Jamie se rió, el tipo de risa que hace que te escuezan los ojos. «Dijiste que no podíamos permitirnos uno» «No podemos», dijo su padre con una sonrisa. «Pero yo tampoco podría permitirme no verte sonreír así»