Pero aquella noche, algo más arraigó en él, algo obstinado. Un recuerdo de la risa de Jamie en el patio trasero. Un destello de pelaje dorado en el dibujo de un niño de hace mucho tiempo. Y aquella frase silenciosa: ¿Podemos tener un perro?
Al día siguiente, Jamie bajó las escaleras y encontró a su padre agachado junto al sofá, luchando con una caja de cartón. La caja ladró. Jamie parpadeó. «¿Qué…?» La tapa se abrió de golpe y un pequeño cachorro dorado salió disparado como un resorte.