Una semana después, mientras reorganizaba viejos documentos durante una juerga de anidamiento, Sandra encontró un expediente judicial doblado que demostraba que Jake se había cambiado legalmente el nombre al cumplir los dieciocho años. Recordaba que le había preguntado sobre el tema, casualmente, y que él le había dado una explicación que a ella le pareció conmovedora en aquel momento.
Jake le contó que su padre se había marchado cuando él era un niño, dejando a su madre sola para criarlo. Cuando alcanzó la mayoría de edad, decidió honrarla adoptando su apellido para siempre. Sandra se había sentido orgullosa de él entonces y conmovida por la ternura que subyacía en su elección.