Todavía podía sentir la alegría eléctrica de la mañana en que la prueba de embarazo dio positivo. Jake miró las dos líneas rosas como si contuvieran el universo entero y la abrazó con inseguridad. Lloraron, rieron y susurraron promesas sobre la vida que de repente se les iba a confiar.
Sus tardes se convirtieron en sesiones de planificación: murmuraban posibles nombres entre bostezos, debatían los colores de la habitación del bebé e imaginaban futuros cuentos para dormir. Se dormían soñando en voz alta con calcetines diminutos, primeros cumpleaños y los rasgos que podría heredar su hijo. Aquellas noches parecían tiernas e ilimitadas, como si el mundo se hubiera expandido silenciosamente para ellos.