Hacía días que Gwen caminaba desolada, atormentada por lo que había perdido. Su marido, su hogar, los recuerdos que creía que podía conservar. Pero en ese momento, al ver a Elizabeth derrumbarse, algo cambió. Gwen no lo había perdido todo. En realidad, no.
Elizabeth había robado ceniza y creía que era oro. Y ahora estaba en el centro de la iglesia, deshaciéndose ante cientos de personas. Gwen no quería admitirlo, pero mentiría si dijera que no se sentía satisfecha.