La gente se apresuró a acercarse y se oyeron murmullos entre la multitud. Gwen se acercó justo a tiempo para oír las explicaciones de los hombres. La casa había sido hipotecada, utilizada como garantía de un enorme préstamo comercial que Albert había pedido. Medio millón de dólares. Gwen se quedó sin aliento. Ni siquiera ella lo sabía.
Los hombres del banco fueron claros: como única heredera de la herencia de Albert, Elizabeth era ahora responsable de todo el préstamo. El coche, la casa, los ahorros… no bastarían para cubrirlo. Ahora la deuda era suya. Gwen no dijo nada. No lo necesitaba.