Su hijastra se quedó con la herencia de su marido y recibió una sorprendente carta del banco

Los dedos de Gwen se curvaron instintivamente. Quería cruzar el pasillo y borrar de un bofetón aquella expresión de la cara de Elizabeth. Gritar. Exigir una respuesta. Pero no lo hizo. Aquí no. Era la última vez que vería a Albert. No iba a dejar que Elizabeth contaminara esos preciosos momentos.

El servicio se desarrolló en silencio. Las palabras fueron leídas. Se tomaron de las manos. Cuando terminó, Gwen estaba hablando con un amigo de la familia cuando dos hombres trajeados se le acercaron amablemente. «Disculpe, ¿es usted la señora Dawson?», preguntó uno de ellos. Gwen asintió. «Somos del banco. Necesitamos hablar con el propietario de la finca»