Gwen se quedó en la cocina más tiempo del que pensaba, con la nota aún en la mano. Llamó a Elizabeth dos veces. Le saltó el buzón de voz. Una tercera vez, para asegurarse. El mismo resultado. Se quedó mirando la nevera, con el corazón palpitante, sin saber qué acababa de pasar o por qué le parecía tan mal.
Se planteó enviar un mensaje de texto, pero dudó. ¿Qué iba a decir? No quería parecer necesitada. Elizabeth era adulta. Tenía todo el derecho a marcharse si quería. Aun así, el silencio pesaba en el pecho de Gwen. Colgó el teléfono y volvió a acostarse en silencio.