Michael tragó saliva y miró el sobre sobre la mesa. El dinero ya no parecía una intrusión, sino un torpe puente construido con culpa y amor. Su padre no había venido a sustituirle, sino a reparar el daño de la única forma que conocía.
Por primera vez en años, Michael permitió que la posibilidad echara raíces: que la reconciliación no era imposible, que la presencia de un padre no tenía por qué permanecer sólo en las sombras. Miró a Sarah y Emily, con los ojos llenos de esperanza y miedo, y susurró: «Quizá sea hora de que le escuche»