Se dijo a sí mismo que descubriría la verdad, fuera cual fuese. Cada moneda en el banco de Emily, cada billete en el monedero de Sarah, cada mirada compasiva de los vecinos apuntaban a una conclusión: otro hombre había ocupado su lugar, si no en el corazón de Sarah, sí en la vida que creía que era sólo suya.
Esa noche, Michael leyó el mensaje que apareció en el teléfono de Sarah. Creo que casi es la hora. Michael se quedó mirándolo, con la sangre palpitando. ¿Casi la hora de qué? ¿Para llevarse a Sarah? ¿Para sustituirlo por completo? Dejó el teléfono en su sitio, con los puños temblando de furia.