Cuando se enfrentó a ella de nuevo, las lágrimas de Sarah se derramaron libremente. «No quería que volvieras a tener deudas, a pasar apuros. Alguien nos ayudó. Eso es todo. No preguntes quién» Su voz se quebró. Para Michael, sonaba menos a gratitud y más a culpa. Le preocupaba si su mujer estaba enamorada de ese otro hombre. ¿Planeaba dejarle?
Aquella noche, Michael se sentó en el salón a oscuras, con la nota apretada en la mano. Las paredes le parecían extrañas, como si la presencia de otro hombre aún perdurara en cada rincón. Había luchado en guerras en el extranjero, pero nada le había preparado para la traición en su propia casa.