Emily, medio dormida, susurró mientras él la arropaba. «Dijo que ayudaría y que es un secreto, pero los secretos a veces pueden ser buenos» Michael le alisó el pelo, disimulando la tormenta interior. Otro hombre estaba enseñando secretos a su hija.
En el garaje, Michael encontró un recibo arrugado entre cajas de herramientas: dinero retirado de un cajero automático al otro lado de la ciudad, firmado con el nombre de Sarah. La fecha coincidía con una semana en la que sabía que Sarah había tenido problemas para pagar las facturas. Pero la letra del reverso, «Llámame si necesitas más», no era la suya.