Un coche de patrulla se detuvo chirriando, salpicando gravilla. El agente saltó del asiento del conductor justo cuando el fugitivo llegaba al porche. Chocaron con fuerza, el hombre cayó de golpe sobre la hierba y fue esposado en cuestión de segundos. Daniel se agarró a la barandilla, con el pecho agitado, mientras el agente arrastraba al preso hacia arriba.
El recluso escupía maldiciones y se agarraba inútilmente al agente. Unas luces azules iluminaron la casa, pintando las ventanas de colores cambiantes. Claire apareció al final de la escalera, abrazada a los niños, con cara de alivio. Daniel asintió tembloroso y susurró: «Se acabó» Por primera vez aquella noche, lo creyó.