A primera hora de la tarde, la casa se calmó. Los chicos se tumbaron en la alfombra del salón con sus tebeos. Claire estaba sentada con una taza de té, mirando el móvil. Daniel bostezó y estiró la espalda. «Creo que voy a echar una cabezadita», dijo, dándole una palmadita en el hombro. Ella sonrió, con los ojos fijos en la pantalla.
Subió las escaleras, la casa crujía de forma familiar. En el dormitorio, bajó las persianas hasta la mitad, dejando que una luz tenue se filtrara por el edredón. Se tumbó, exhalando profundamente, con el zumbido de la vida cotidiana asentándose a su alrededor. Por una vez, no sintió la atracción del trabajo, sólo satisfacción.