Daniel retrocedió conteniendo la respiración, deseando que el suelo no le traicionara. Pero la vieja madera gemía bajo su peso. Su pie resbaló contra la barandilla y el golpe resonó como un disparo en la casa inmóvil. El fugitivo levantó la cabeza y sus ojos se clavaron en él.
Durante un instante, ninguno de los dos se movió. Entonces, el preso salió corriendo hacia la puerta y la abrió de un empujón. Daniel le siguió a trompicones, gritando al teléfono: «¡Está huyendo! Está huyendo» Unos faros atravesaron el patio.