Entonces, cerca de medianoche, lo oyó: las tablas del suelo crujían en el piso de abajo. Lento, deliberado. Se le heló la sangre. Marcó el número del agente, con la voz entrecortada mientras susurraba: «¿Agente? Creo… que hay alguien en mi casa»
La respuesta llegó firme, entrenada para un miedo así. «Muy bien, Daniel, escúchame con atención. Necesito que cierres la puerta de tu habitación, mantén a tu familia dentro y quédate quieto. No intentes ser un héroe. Ya estoy en camino» Daniel miró a Claire con los niños en brazos, con los ojos muy abiertos clavados en él. Se le hizo un nudo en la garganta. «Está abajo. Le oigo moverse. ¿Y si sube?»