La acusación lo llamó codicia. Los periódicos lo llamaron traición. Se le acusaba de incendiar el orfanato tras robar cincuenta mil dólares recaudados para la nueva ala de la biblioteca infantil. Todos los titulares ya lo habían condenado.
La niña -Lila Harper- era la única testigo. La habían encontrado inconsciente en un pasillo lleno de humo, rescatada momentos antes de que se derrumbara el tejado. Las cenizas del incendio se habían llevado su voz, dejando sólo el silencio y el perro que ahora hablaba por ella.