El novio le exige que se duche dos veces al día – No tiene sentido hasta que conoce a su madre

Las noches de colada adquirieron un nuevo ritual. Él levantaba las camisas a la luz, cazando «restos de pelusa» como un detective de delitos menores. «Perfecto», decía cuando las fibras se comportaban; «casi», cuando no. El placer y el propósito brillaban tanto en su rostro que ella se sentía obligada a aceptar la rúbrica invisible.

Durante la cena, le ajustó la servilleta un grado, sonriendo como si la hubiera rescatado de una pequeña catástrofe. «Los ángulos favorecen la mesa», bromeó. En ese momento, ella quiso preguntar qué ángulos halagaban una vida, pero la comida estaba caliente, la sonrisa de él era amable, y pensó que era una pregunta demasiado mezquina.