Un barco abandonado se acerca a un pueblo y los lugareños palidecen al ver su contenido

«¡Hay alguien a bordo!» La voz de Elias se quebró al bajar los prismáticos. El hombre frunció el ceño. «¿De qué estás hablando?» «¡Entre los contenedores!» Elias le puso los prismáticos en las manos. «¡Estaban saludando, véalo usted mismo!»

El hombre ajustó el foco, entrecerró los ojos y los bajó con un movimiento de cabeza. «Nada. Sólo óxido y sombras» Elías volvió a cogerlos, con el aliento empañando el cristal. Buscó de nuevo, desesperado. No había nada. Sólo metal resbaladizo por la lluvia y pintura desconchada. Pero sabía lo que había visto. La ola había sido demasiado aguda, demasiado humana. Había alguien allí.