Alguien había sobrevivido. Alguien que no debía estar allí, que se había escondido entre las sombras de aquel casco oxidado hasta que el destino lo dejó varado. El secreto de Callen no era asunto de Elias, y revelarlo ahora sólo le traería más problemas de los que se merecía.
De vuelta en su cabaña, con la tormenta aún golpeando débilmente las ventanas, Elías secó su ropa junto al fuego. Sus ojos se fijaron en la cuerda enrollada en un rincón, la misma que le había llevado a bordo del carguero. Ahora parecía inofensiva, pero lo había atado a algo más grande que él. Se echó hacia atrás, mirando las llamas.