Elías siguió adelante, cada paso cargado de temor y determinación. El carguero parecía interminable, un laberinto de contenedores y cables. Más de una vez creyó oír pasos detrás de él, rápidos y ligeros, pero cuando se dio la vuelta, sólo había lluvia y acero. Llegó a la escalera que conducía al puente.
El óxido se escamaba bajo sus dedos al agarrarse a la barandilla. El débil resplandor de la ventana brillaba ahora con más claridad, cálido contra la fría lluvia gris. Su pulso se aceleró cuando empezó a subir. Si había alguien vivo, lo encontraría aquí. Si no… encontraría otra cosa. Elias llegó al final de la escalera y sus botas resbalaron por los peldaños oxidados.