Sólo sombras que se deslizaban entre las pilas cada vez que cambiaban las nubes. Una de las puertas de los contenedores estaba ligeramente entreabierta, mecida por el viento. Elías tragó saliva y se acercó. Apretó una mano contra el frío metal y miró dentro. Estaba vacío. Sólo había bobinas de cuerda y una lona medio podrida.
El olor a aceite y sal flotaba en el aire. Elías se echó hacia atrás, con los nervios a flor de piel. Recordó por qué había venido: la figura que había visto. Alguien le había saludado. Estaba seguro de que no se lo había imaginado. Más abajo, en la cubierta, parpadeó una luz.