La lluvia no tenía compasión, goteaba por su cuello y convertía el acero bajo sus botas en una traición helada. La cuerda se deslizaba peligrosamente entre sus manos mojadas. Se detuvo, jadeante, con la frente pegada al casco. Un movimiento en falso y caería en las agitadas aguas negras de abajo, su pequeño esquife ya parecía un juguete meciéndose en la tormenta.
Encima de él, el cielo volvió a tronar. Los relámpagos caían tan cerca que le erizaban el vello. La idea de ser un blanco colgando de una cuerda mojada le provocó una nueva oleada de miedo. Subió más deprisa, forzando sus doloridos músculos. Cada tirón le parecía más pesado que el anterior, pero se negaba a detenerse.