«¡Te digo que no eran sombras!» Espetó Elías, hirviendo de frustración. «Se agitaba, parecía desesperado» Otro agente sonrió satisfecho. «Váyanse a casa. Los guardacostas lo abordarán cuando sea seguro» La voz del primer oficial se endureció. «Ya basta. Lo tenemos bajo control. No causen problemas»
La multitud empezó a dispersarse, satisfecha, o al menos demasiado agitada para discutir. Pero Elias seguía en pie, con la lluvia cayéndole en los ojos y el corazón palpitándole de rabia. Aún podía ver la figura en su mente, con los brazos levantados contra la tormenta, como suplicando que no lo olvidaran.