Al cabo de una semana, la extraña conciencia de Milo se hizo imposible de ignorar. Parecía saber cuándo Lily iba a tener un mal día antes que nadie. Las mañanas en que él se paseaba inquieto, ella siempre tenía fiebre por la tarde o se desmayaba durante la terapia.
El patrón se repetía una y otra vez. Lloriqueaba o ladraba suavemente momentos antes de que los monitores de Lily parpadearan, o antes de que ella gritara de dolor. Las enfermeras empezaron a vigilarlo tanto a él como a los aparatos que indicaban su estado de salud.