Maya entornó los ojos a través del cristal, perpleja. El perro no se movía, sólo estaba de pie en un ángulo extraño cerca de la valla, con el cuerpo medio girado y ladrando sin parar. Parecía que intentaba moverse pero no podía. Algo en la forma en que tensaba el cuello la inquietó.
Se apartó y se dirigió rápidamente al pasillo, abrió el cajón y sacó las gafas. De vuelta a la ventana, se las puso y volvió a mirar. Fue entonces cuando lo vio: una especie de chaleco en el lomo del perro y un arnés enganchado a la valla.