Eva, la empresaria, tenía una empresa de cuidado de la piel: jabones, exfoliantes y aceites hechos a mano. Sus redes sociales estaban llenas de rosas y dorados, testimonios y vídeos entre bastidores. Eva escribía a menudo sobre «nuevos comienzos» y «empezar de cero» Sus pies de foto aludían al dolor, pero también a una feroz resistencia. Había convertido las heridas en historias de marca.
Parecía poderosa, como alguien que nunca olvidaba quién le había hecho daño. Sus mensajes eran amables, pero afilados. Vincent no la marcó. Ya lo sabía. Ella no le daría ni un dólar. Olería la desesperación y la convertiría en un cuento con moraleja. «Esto es lo que superamos», escribiría. Se estremeció.