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Y con la realidad llegó el recuerdo. Sin invitación, pero nítida. Vincent se encontró de nuevo en la casa de su infancia, en un pequeño pueblo de Estados Unidos, donde los veranos olían a hierba cortada y su madre le llamaba para cenar. Recordó la versión más joven de sí mismo, el niño que aún no había corrido, que aún no se había perdido.

Entonces, como una sacudida, llegó Linda. Durante años había intentado no pensar en ella. Pero ahora estaba allí, riendo en su antiguo apartamento, con aquel vestido azul. Su mujer. Su primer amor. Y tal vez la única persona que había visto a través del caos su interior.