El manifiesto de hoy incluía sólo tres cajas de carga, cada una sellada y bien atada en la bodega. Llevaban etiquetas de transporte internacional y marcas de seguridad, y su contenido era confidencial, pero la documentación indicaba que se trataba de componentes de satélites de gran valor, ligeros, caros y raros.
El vuelo había comenzado sin contratiempos: cielos tranquilos, mar abierto, nada más que una suave charla entre dos hombres que habían volado juntos el tiempo suficiente como para confiarse la vida. Jamie había estado marcando el hito en su mente: el vuelo número cien. El tipo de vuelo que parecía rutinario. Seguro.