La vela colgaba hecha jirones sobre ellos, con sus bordes desgarrados rompiéndose como una advertencia al viento. Sin ninguna forma de avanzar, el barco iba a la deriva sin poder hacer nada en mar abierto. Liam miró fijamente el horizonte vacío, dándose cuenta de que el océano se había convertido de repente en una trampa.
Ethan volvió a probar con la radio, la estática crepitó antes de que se oyera una voz en un inglés entrecortado y entrecortado. «Indique… ubicación exacta», dijo. El tono no transmitía seguridad, sólo órdenes. Ethan entrecerró los ojos. No respondió de inmediato. Algo en la petición no sonaba a ayuda. Parecía un cebo.
Entonces aparecieron las formas: dos largos botes que se deslizaban desde detrás de la isla, moviéndose deprisa, demasiado deprisa. El rocío saltaba de sus proas mientras atravesaban el mar resplandeciente. El corazón de Liam se animó, pensando que el rescate había llegado pronto. Pero las palabras de Ethan fueron cortantes y definitivas: «Eso no es ayuda»