A las nueve, el atajo había enmudecido. Clarence salió y recorrió el camino él mismo, comprobando los tubos y ajustando el ángulo de una boquilla. Todo estaba intacto. Todo funcionaba.
Por primera vez en semanas, sintió que se apoderaba de él una extraña calma. No era venganza. Ni triunfo. Sólo alivio. Alrededor de las once, Jordan llegó en bicicleta desde el final de la calle. Apoyó la bicicleta en la valla y se acercó a la entrada sonriendo.