El cachorro no se apartó, pero tampoco atacó. Se limitó a temblar, apretándose más contra el frágil cuerpo que tenía debajo. Su pecho subía y bajaba demasiado deprisa; su nariz acariciaba al más pequeño cada pocos segundos, como si quisiera asegurarse de que seguía respirando.
Detrás de ellos, los trenes parados dejaban escapar bajos silbidos al enfriarse sus motores. Cientos de rostros miraban desde las ventanas cómo tres humanos y un perro desesperado intentaban salvar algo no más grande que un zapato.