Su quejido fue subiendo de tono hasta hacerse insoportable. «¿Qué le pasa?», susurró alguien. El oficial de control de animales se arrodilló junto a la jaula. «Eh, eh. Tranquilo, colega», murmuró. Pero el cachorro no se calmaba.
Se lanzó hacia delante, con los dientes raspando los barrotes y las patas arañando furiosamente como si intentara cavar para salir. Los pasajeros volvieron a asomarse a las ventanillas del tren, esta vez con curiosidad en lugar de rabia. Algunos sacaron sus teléfonos para grabar.