Un profesor jubilado se cansa de que la gente use su piscina sin consentimiento, así que decide darles una lección

Sus risas volvieron casi de inmediato una vez que se hubo alejado, más fuertes ahora, como si se burlaran de su intento de dignidad. Dentro, Arthur dejó la botella sobre la encimera. Se enjuagó las manos, restregándose con más fuerza de la necesaria, como si las palabras se le hubieran pegado a la piel.

Permaneció largo rato en la cocina, mirando la piscina a través del cristal. El agua se movía bajo la brisa, arrastrando una tenue bruma que antes no existía. Pensó en llamar a la policía, pero ya sabía cómo acabaría aquello.