La mujer se burló, cruzándose de brazos. «Te estás imaginando cosas. Por aquí pasa gente todo el tiempo. Quizá fueran niños. No vengas a echarnos la culpa sólo porque no sabes cuidar de tu piscina»
La mandíbula de Arthur se tensó. Se quedó allí de pie, con la botella goteando en la mano y las palabras entre la rabia y el cansancio. Pensó en su mujer, en el agua que ella había amado, y en cómo cada negación descuidada se sentía como otra grieta en su memoria.