Cuanto más tiempo pasaba dentro del coche, más aumentaba su ansiedad. Estaba atrapada con un agente agresivo, aislada de cualquiera que pudiera ayudarla. Su teléfono, que seguía grabando, era su salvavidas. El crepitar de la radio de la policía perforaba el tenso silencio mientras conducían por la oscura carretera rural. Esporádicamente se oían directivas y códigos numéricos apagados. En algún lugar de la lejanía, resonó el lamento desolado de la sirena de una ambulancia antes de desvanecerse en la noche.
Mientras se dirigían a la comisaría, Jenny estuvo a punto de echarse a llorar. Era inocente y, sin embargo, la acusaban falsamente y se la llevaban. La convicción del agente de que había capturado a un delincuente era desconcertante. Jenny se aferraba a la esperanza de que se supiera la verdad, de que su grabación demostrara su inocencia y desenmascarara la mala conducta del agente. Pero a medida que pasaban los minutos, su situación parecía empeorar.