Adam comenzó una búsqueda adecuada, moviéndose de habitación en habitación con creciente urgencia. Comprobó la cocina, el dormitorio, el cuarto de baño e incluso el estrecho pasillo del edificio frente a su puerta. Ninguna nota. Ningún sonido de movimiento. No había señales de que se hubiera marchado y se hubiera olvidado de decirle adónde iba.
Envió un mensaje de texto: ¿Dónde estás? Llámame. Le siguió otro. Y otro más. Cada mensaje aparecía con un pequeño y burlón símbolo de «enviando» antes de fallar finalmente. Sin marcas de verificación, sin estado de entrega. Era como si su teléfono hubiera desaparecido de la faz de la tierra.