Dos agentes llegaron en menos de una hora. Adam lo contó todo: cómo había desaparecido, su teléfono ilocalizable, el extraño ramo de flores, el edificio abandonado. La voz le temblaba al hablar, pero se aferraba a cada detalle como si fueran salvavidas que pudieran traerla de vuelta a casa.
Les mostró las pocas pertenencias que había dejado: un cepillo de dientes, un par de camisetas y un bote de champú medio vacío. Los agentes las examinaron en silencio, tomando nota de todo. Nada parecía indicar que hubiera planeado un viaje largo o que la hubieran interrumpido a mitad del equipaje.