Un hombre fotografía a su mujer embarazada a bordo de un yate y ve algo irreal al fondo.

Se metió en el agua. El frío le golpeó con fuerza, incluso a través del traje de neopreno, pero avanzó con brazadas lentas y firmes. La cuerda de seguridad le seguía. A quince metros, luego a diez, pudo ver el fondo arenoso. La orca no se movía mucho, sólo el lento pulso de su espiráculo.

Ahora que estaba cerca, vio realmente su tamaño. Al menos medía diez metros. Su piel era brillante y negra, casi como el cristal, moteada de sal. El óvalo blanco detrás del ojo lo miraba fijamente, inmóvil. Lo observaba, pero no se movía. Como si estuviera ahorrando la poca energía que le quedaba.