Junto a él había un cuchillo de caza en una funda de plástico. Lo había traído por si intentaban pescar. Ahora tenía un nuevo propósito. Catherine estabilizó la embarcación a unos veinte metros del costado de la ballena, con el motor en punto muerto. Estaba lo bastante cerca como para que John pudiera nadar, pero lo bastante lejos -esperaba- como para mantenerse a salvo.
Se ató un cabo de seguridad a la cintura y lo enganchó al bote. El cuchillo le resultaba extrañamente familiar en la mano. «Si se agita», dijo Catherine, claramente tensa, «lo sueltas y vuelves nadando» Le besó la mano. «Sí, lo prometo. Pero si las cosas se ponen feas, empieza a tirar de mí»