Estaba a punto de asimilarlo todo cuando algo llamó su atención. Al final de la calle había un cobertizo pequeño y destartalado. Su estructura torcida parecía llevar allí décadas. De los alféizares de las ventanas colgaban telas hechas jirones y el tejado se hundía, amenazando con derrumbarse.
«James, cariño, coge una caja y ayúdame», le llamó su madre, devolviéndole a la realidad. Echó un vistazo al cobertizo una vez más, sintiendo curiosidad, pero las tareas de desembalaje pronto se apoderaron de él. La extraña estructura desapareció de su mente, por el momento, mientras ayudaba a llevar sus cosas al interior.