Abrió de golpe la puerta del coche y corrió hacia el mostrador de seguridad del hospital, con la respiración entrecortada. El aire frío le mordía la piel, pero lo único que le importaba era que alguien le escuchara. Las piernas le ardían por la urgencia de la carrera y la mente le daba vueltas en una nebulosa de miedo.
Cuando por fin llegó a la sala de seguridad, estaba sin aliento y su cuerpo temblaba. «Hay… tres sombras negras… cerca del depósito…», jadeó, apenas capaz de recuperar el aliento. Sus palabras salían a borbotones, pero apenas podía encontrarles sentido.