Los días siguientes se difuminaron en una oleada de escrutinio. Unos desconocidos recorrieron su modesto apartamento, abriendo armarios, comprobando detectores de humo, haciendo preguntas punzantes sobre sus finanzas y horarios. Clara fregó todos los rincones hasta que le dolieron las manos, rezando para que no vieran la soledad escondida en los espacios de su vida.
Por fin le dijeron que podía tener al niño en acogida mientras continuaba la investigación. No se había presentado ninguna reclamación. Cuando esa noche se llevó el bebé a casa, su pecho se hinchó con una mezcla de miedo y feroz determinación. Al menos por ahora, ya no estaba vacía.