Una enfermera adopta a un bebé abandonado que nadie quería. 18 años después, llora al descubrir por fin por qué

No puedo hacer esto para siempre. Años de pruebas y visitas al médico la habían dejado estéril, su esperanza de tener un hijo se había reducido a cenizas. ¿Cómo podía alguien dejar a alguien atrás? ¿Esa cosita por la que había rezado y se le había negado? Su mano se posó sobre el bebé, temblorosa, mientras retiraba la manta. Los ojos del niño se abrieron, abiertos y escrutadores, como suplicando una respuesta.

Clara sintió que el pecho se le estrechaba y que las lágrimas se le agrietaban en las comisuras de los ojos. Por un instante, se permitió creer que era un regalo. Un milagro enviado a sus cansadas manos. Pero seguía siendo una enfermera, obligada tanto por su deber como por su corazón. No podía llevarse a la niña a casa, por mucho que le doliera.