El portazo sacudió el marco, dejando silencio a su paso. Por un momento, Clara se quedó paralizada, con los brazos temblorosos a los lados. Entonces los labios del hombre se curvaron en una fina sonrisa de complicidad. La mujer no habló, pero sus ojos brillaron con un silencioso triunfo bajo las lágrimas, como si el silencio de Clara acabara de darles todo lo que habían estado persiguiendo.
Clara se hundió en la silla más cercana, con el pecho hundido y la verdad oprimiéndola como una piedra. La he perdido, pensó, con la desesperación arañándole la garganta. Dieciocho años de amor deshechos en un instante.