Al día siguiente, podría derrumbarse. Después de cenar, se movieron juntas al ritmo tranquilo de lavar y secar, el vapor empañando la ventana de la cocina, el tintineo de los platos llenando el silencio entre historias. Por un momento, Clara casi creyó que las cosas podrían seguir así, que el amor y la rutina bastarían para mantener el mundo a raya.
Entonces sonó el timbre. Emily se limpió las manos húmedas en un paño de cocina y salió corriendo hacia el pasillo. Clara no le dio mucha importancia: probablemente se trataba de un vecino, tal vez la entrega de un paquete. Estaba colocando el último plato en la alacena cuando Emily llamó, con voz insegura. «¿Mamá? Ha venido alguien a buscarte»