Cada palabra llena de esperanza iba minando el corazón de Clara. Clara forzaba sonrisas y asentía ante las posibilidades, pero por dentro sentía que se encogía, como si cada sueño que Emily expresaba fuera un trozo más de su propio valor que le arrancaban.
Cada noche Clara escondía el sobre más profundamente en el cajón, convenciéndose a sí misma de que podía esperar hasta el «momento adecuado», aunque sabía que nunca llegaría. Despierta, escuchaba a Emily tararear en la habitación de al lado, un sonido que le resultaba tan familiar como los latidos de su propio corazón. Y sin embargo, por primera vez, le dolía.